Tener un hijo adolescente es toda una experiencia para los que asistimos, llenos de infantil entusiasmo, al enchufe de la primera televisión en blanco y negro en nuestras casas.
Y lo es por un doble motivo. Uno, el fundamental, el estar continuamente aprendiendo nuevas tecnologías para comunicarte con él de una forma coherente y digna, y otro, no menos importante para relativizar los conocimientos que uno posee de la vida. Vamos, lo objetivo y lo subjetivo y la necesidad del cambio.
Estas reflexiones las cruzo con algunos comentarios que me hacen Directores de Formación: “¡Esto no es como antes! Me tengo que buscar a alguien que dé formación a toda la empresa en Igualdad de Género, en Blanqueo de Capitales, en Manipulación de Alimentos…! Menuda me ha caído encima…”.
Y, afortunadamente, es verdad. Esto no es como antes. Los Reyes y los Papas abdican, puedo hablar con mi hijo gratis desde París por Skype, el cambio climático lo padecemos todos, las formaciones presenciales se acortan y el e-learning es la pieza clave en los Planes de Formación.
El principio de la realidad se ha impuesto al de la fantasía. El mundo no es ni mucho menos como nos lo imaginábamos los que ya peinamos canas. A lo mejor, hemos acabado haciendo cosas para las que no nos sentíamos preparados y hemos dejado de hacer otras para las que nos preparamos con mucho empeño. Cada uno estará más o menos orgulloso de lo que vaya haciendo con su vida, pero lo que no podemos permitirnos es reduplicar nuestra vida en la de los que vienen detrás de nosotros.
Nuestros sufridos becarios son una fuente inagotable de conocimiento para las empresas porque nos aportan lo nuevo, otra forma de entender algunas rutinas anquilosadas en nuestra forma de actuar. Nuestra experiencia es solamente y, ni más ni menos, que eso, nuestra forma de hacer hasta ahora y no hay que ponerla calificativos positivos o negativos.
Experiencia es, no lo olvidemos, seguir aprendiendo, seguir modificando pautas de comportamiento que nos acerquen al mundo real.
Esa “experiencia mutable” es la que realmente tiene valor de transmisión y mucho… Se pierde know-how en muchas organizaciones por una visión muy corta de lo que es o debe de ser realmente la experiencia, y de hecho, o se “jubila o prejubila” a los que se cuelga el cartel de “prescindibles”.
Perdemos know-how uno a uno cuando pensamos que ya no podemos aportar nada, que ya somos “viejos” (ojo, no importa la edad que figure en nuestro DNI), que cualquier tiempo pasado fue mejor…
Nuestra experiencia es muy valiosa para nosotros y volveríamos a hacer o dejaríamos de hacer muchas cosas en “nuestra” vida, pero no siempre vale para la de los demás. Mejor dicho, “nunca” vale de la misma forma para la vida de los demás.
Nuestra “experiencia mutable”, es decir, nuestro aprendizaje sí que es un valor en sí mismo. Como también son valores en sí mismos los vértices del famoso “triángulo de los Saberes”, Conocimiento, Habilidades y Actitudes.
El conocimiento se ha universalizado y a través de la red podemos tener de inmediato datos, fechas y comentarios de los temas más variados. Quien más “experiencia mutable” posea, mejor conocerá los más recónditos recovecos de Internet, será más hábil en la búsqueda de informaciones y mantendrá siempre una actitud proactiva y positiva ante el nuevo reto de la digitalización.
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